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Lectura #1: Al pobre no lo llaman para cosa buena
Audio:
Al pobre no lo llaman para cosa buena
Cuando gobernaba en Puerto Plata el General Lovera, que era malo con colmo, convocó para un día señalado a todos los pobres del Distrito, a que se reunieran en la plaza del pueblo arriba. Cada quien calculaba sacar la tripa de mal año. "Que nos va a dar ropa", decía uno. "No, que lo que va a dar es dinero, que recibió muchísimo por un vapor que llegó de la Capital", y así cada uno echaba alegremente sus cuentas.
Llegó el día de la reunión y la plaza parecía una Corte de los Milagros. Cojos, mancos, tullidos, ciegos, tuertos, llagosos .... era aquello una florescencia de cementerio, como si cada tumba se hubiese abierto y echado al exterior su tétrico contenido. Momentos después llegó el General Lovera seguido de mil hombres de tropa que cercaron la plaza. Avanzó el jefe, con su cara de estrafalario furibundo y con ronca voz comenzó a interrogar a los pobres uno a uno.
-Usted, ¿de qué vive?
-Yo, de la caridad pública. Ya ve que me falta un brazo y no puedo trabajar.
-Pues pase a aquel lado- le contestaba él señalándole el flanco izquierdo de la plaza.
Ya sólo faltaba un pobre por ser interrogado, y el General Lovera le hizo la pregunta consabida.
-Yo-- le contestó aquél, que era un hombrecillo flaco y desmedrado, con cara de gato, -yo vivo de lo mío. No me falta nada. Y se sonó los bolsillos del pantalón que produjeron un ruido argentino.
- Pues váyase a su casa, que con usted no es la cosa, -le contestó con su voz atronadora el General Lovera. Entonces, dirigiéndose al Comandante de la fuerza, le gritó:
-Cumpla la orden. Fusíleme a todos estos sinserviles!-
Y se fue.
Se armó una gritería de lamentos entre la multitud de pobres. Todos gemían y lloriqueaban su desgracia, y anatematizaban el nombre de su sacrificador Lovera.
El que se las dio de rico se acercó entonces al grupo de los condenados a muerte, y un compadre suyo llamado Juan José, que se encontraba allí, le increpó diciéndole:
-Hombre, compadre Toño, sólo usted es malo. Si usted sabía esto, ¿cómo no me dijo algo, en vez de dejar que me sacrifiquen así, como un marrano?
-Compadre,- le contestó el falso rico: -Yo no sabía nada. Lo único que yo sé es que ai probe no lo llaman pa’ na güeno. Por eso me preparé, llenándome los bolsillos de tiestos de platos.
Emilio Rodríguez Demorizi
Enlace de prueba a completar: https://forms.gle/i6pTtFBDCQ5Yn6Xf8
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Al pobre no lo llaman para cosa buena
Cuando gobernaba en Puerto Plata el General Lovera, que era malo con colmo, convocó para un día señalado a todos los pobres del Distrito, a que se reunieran en la plaza del pueblo arriba. Cada quien calculaba sacar la tripa de mal año. "Que nos va a dar ropa", decía uno. "No, que lo que va a dar es dinero, que recibió muchísimo por un vapor que llegó de la Capital", y así cada uno echaba alegremente sus cuentas.
Llegó el día de la reunión y la plaza parecía una Corte de los Milagros. Cojos, mancos, tullidos, ciegos, tuertos, llagosos .... era aquello una florescencia de cementerio, como si cada tumba se hubiese abierto y echado al exterior su tétrico contenido. Momentos después llegó el General Lovera seguido de mil hombres de tropa que cercaron la plaza. Avanzó el jefe, con su cara de estrafalario furibundo y con ronca voz comenzó a interrogar a los pobres uno a uno.
-Usted, ¿de qué vive?
-Yo, de la caridad pública. Ya ve que me falta un brazo y no puedo trabajar.
-Pues pase a aquel lado- le contestaba él señalándole el flanco izquierdo de la plaza.
Ya sólo faltaba un pobre por ser interrogado, y el General Lovera le hizo la pregunta consabida.
-Yo-- le contestó aquél, que era un hombrecillo flaco y desmedrado, con cara de gato, -yo vivo de lo mío. No me falta nada. Y se sonó los bolsillos del pantalón que produjeron un ruido argentino.
- Pues váyase a su casa, que con usted no es la cosa, -le contestó con su voz atronadora el General Lovera. Entonces, dirigiéndose al Comandante de la fuerza, le gritó:
-Cumpla la orden. Fusíleme a todos estos sinserviles!-
Y se fue.
Se armó una gritería de lamentos entre la multitud de pobres. Todos gemían y lloriqueaban su desgracia, y anatematizaban el nombre de su sacrificador Lovera.
El que se las dio de rico se acercó entonces al grupo de los condenados a muerte, y un compadre suyo llamado Juan José, que se encontraba allí, le increpó diciéndole:
-Hombre, compadre Toño, sólo usted es malo. Si usted sabía esto, ¿cómo no me dijo algo, en vez de dejar que me sacrifiquen así, como un marrano?
-Compadre,- le contestó el falso rico: -Yo no sabía nada. Lo único que yo sé es que ai probe no lo llaman pa’ na güeno. Por eso me preparé, llenándome los bolsillos de tiestos de platos.
Emilio Rodríguez Demorizi
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Lectura #2
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Lectura #2: El centavo
Audio: El centavo
El centavo
Sequía, el avaro, no perdió dos minutos en dirigirse a su casa para guardar el último centavo que le cobró sin escrúpulos a uno de sus pobres inquilinos.
El usurero era frío. Su silencio era cruel. Su casa solo tenía un ruido: el oro de Sequía. Y una muda biografía: aquel centavo…
Pero Sequía inquietose… Iba a ver el centavo diariamente. Y una mañana se despertó sorprendido: encontró que la moneda tenía el doble de su tamaño. Poco tiempo después, el centavo ya no cabía en las manos, ni en la caja de hierro de su dueño.
Pero, ¿a quién comunicarle un hecho tan útil, tan valioso? Su dueño pensaba que aquello podría ser su gran mina de hierro.
Sin embargo, fue inútil el silencio de Sequía. El centavo, en un rápido y extraño crecimiento, cubría ya la habitación de su amo, amenazando rajar y derrumbar las paredes de la casa.
Desesperado, Sequía hace astillas su silencio y, como un agua sin cauce, sale su grito en busca de caminos… La calle hecha ojos, rodea al avaro; rodea su casa. En tanto, el centavo, en una desenfrenada hinchazón, derriba el caserón y, de súbito, invade el pueblo.
Mas los picapedreros, las dinamitas… todo ha resultado inútil; pues donde al centavo se le quita un pedazo, crece inmediatamente renovando lo perdido. La gente huye hacia el campo.
Se vuelven de metal calles y plazas. No queda hondonada, ni agujero, ni llanura. El centavo por minutos crece más y más. Ahora, su gran masa de cobre se desplaza hacia los fugitivos; por momentos, da la sensación de que aquella fuerza sin límites es un instinto, un impulso premeditado y dirigido, porque el centavo es un huracán de hierro, sin piedad…
Hombres y bestias huyen a las montañas. Y el mundo comienza a morir bajo aquella extraña mole.
Vegetación y agua han desaparecido.
De pronto, la poca humanidad que quedaba en tierra alta ve a Sequía andando sobre la gran moneda.
Y con las lágrimas que caían de la gente que estaba en las montañas, Sequía, el avaro, se quitaba la sed…
Manuel del Cabral
Enlace para prueba: https://forms.gle/Ryv9VJus3nqRrrPNA
Felicitaciones por haber llegado hasta aquí. Ya solo falta contestar algunas preguntas acerca de tu proceso de aprendizaje.
Enlace para entrevista: https://forms.gle/AoVZ47txAdEkvdxh8
Muchas gracias por tu colaboración. Felices vacaciones.
--
Quiero vivir entre risas y poesías... tejiendo fantasías.
Glenny Martínez López
Maestra de Lengua y Literatura 3er grado
Decana de 3er grado
Liceo Científico Dr. Miguel Canela Lázaro
Cel. 829-574-9216
Tel. 829-895-1404
Audio: El centavo
El centavo
Sequía, el avaro, no perdió dos minutos en dirigirse a su casa para guardar el último centavo que le cobró sin escrúpulos a uno de sus pobres inquilinos.
El usurero era frío. Su silencio era cruel. Su casa solo tenía un ruido: el oro de Sequía. Y una muda biografía: aquel centavo…
Pero Sequía inquietose… Iba a ver el centavo diariamente. Y una mañana se despertó sorprendido: encontró que la moneda tenía el doble de su tamaño. Poco tiempo después, el centavo ya no cabía en las manos, ni en la caja de hierro de su dueño.
Pero, ¿a quién comunicarle un hecho tan útil, tan valioso? Su dueño pensaba que aquello podría ser su gran mina de hierro.
Sin embargo, fue inútil el silencio de Sequía. El centavo, en un rápido y extraño crecimiento, cubría ya la habitación de su amo, amenazando rajar y derrumbar las paredes de la casa.
Desesperado, Sequía hace astillas su silencio y, como un agua sin cauce, sale su grito en busca de caminos… La calle hecha ojos, rodea al avaro; rodea su casa. En tanto, el centavo, en una desenfrenada hinchazón, derriba el caserón y, de súbito, invade el pueblo.
Mas los picapedreros, las dinamitas… todo ha resultado inútil; pues donde al centavo se le quita un pedazo, crece inmediatamente renovando lo perdido. La gente huye hacia el campo.
Se vuelven de metal calles y plazas. No queda hondonada, ni agujero, ni llanura. El centavo por minutos crece más y más. Ahora, su gran masa de cobre se desplaza hacia los fugitivos; por momentos, da la sensación de que aquella fuerza sin límites es un instinto, un impulso premeditado y dirigido, porque el centavo es un huracán de hierro, sin piedad…
Hombres y bestias huyen a las montañas. Y el mundo comienza a morir bajo aquella extraña mole.
Vegetación y agua han desaparecido.
De pronto, la poca humanidad que quedaba en tierra alta ve a Sequía andando sobre la gran moneda.
Y con las lágrimas que caían de la gente que estaba en las montañas, Sequía, el avaro, se quitaba la sed…
Manuel del Cabral
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Felicitaciones por haber llegado hasta aquí. Ya solo falta contestar algunas preguntas acerca de tu proceso de aprendizaje.
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Muchas gracias por tu colaboración. Felices vacaciones.
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Glenny Martínez López
Maestra de Lengua y Literatura 3er grado
Decana de 3er grado
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